No todo tiene un fin, pero sí un final.
Y se hizo finalmente de noche cuando ya no quedaba nada más por decir.
Porque quizás estaba en lo cierto me dice el ciempiés aquella chica que una noche me dijo:
- Los escritores como tú perdéis la cabeza vomitando y vomitando ruido como esas máquinas modernas, pero sólo perseguís el silencio.
Y lo perseguimos con los ojos vendados escribiendo palabras de ciego hablando y hablando sin decir nada dice el ciempiés que por eso él devoraba todo hoja por hoja. El escritor debe buscar la verdad qué verdad la verdad es el silencio. El grave silencio del mundo, detrás de todos los rugidos de las máquinas modernas que suenan y resuenan a cachivaches por cada rincón del mundo y que nos impiden pensar. Un silencio blanco, un silencio de fe, un silencio de amor, un silencio silencio, como en los sueños, donde las palabras se pronuncien en silencio.
Nota del autor: Debéis perdonarle al ciempiés estos excesos platónicos. Al amanecer la mañana siguiente, la mañana después de la última noche, le digo que a veces está bien hablar. Hablar sin decir nada. Se lo digo aunque ya no esté , por reflejo inconsciente.
Aunque quizás sea verdad que el escritor en medio de tanta cháchara haría bien en callarse un rato aunque sólo fuera un rato. O quizás por eso escribamos tanto, para expulsar de nosotros todas esas palabras que nos habitan y que han construido castillos y palacios aquí dentro, expulsarlas y quedarnos al fin a solas con nosotros mismos. Con nosotros mismos y con todos aquéllos que nos acompañen en todos los pequeños silencios del mundo.
El ciempiés a mi lado suspira. Volvemos a casa por caminos de niebla y nos suceden acontecimientos insólitos que no recordaré. Cuántas veces amamos y reamamos en las noches defectuosas. Al llegar a casa, el ciempiés a mi lado calla porque ya no está, porque se ha desvanecido en la niebla. Pero abro la ventana la niebla entra y rodea mi cama y juntos por última vez dormimos.
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